Sobre la inclusión de la perspectiva de género en las políticas climáticas
Por Eva Alonso Epelde (Investigadora Junior en BC3)
Muchas personas todavía se preguntan qué tiene que ver el cambio climático con la lucha por los derechos de las mujeres o por qué las feministas seguimos insistiendo con que hay que incluir una perspectiva de género en las políticas climáticas. No obstante, las reivindicaciones de las feministas en lo que respecta a las cuestiones ambientales no son nuevas. Estos temas se llevan debatiendo desde la década de 1970 y muchas de las reivindicaciones del colectivo feminista han sido respaldadas por numerosos organismos internacionales. En este artículo presento algunas de las múltiples razones por las que el mainstreaming de género, es decir, la inclusión de la perspectiva de género en la formulación, el diseño, la implementación, el seguimiento y la evaluación de las políticas/planes/programas, es tan necesario en todas las fases de la política climática.
Las mujeres contribuyen menos al cambio
climático, pero serán más afectadas
Las investigaciones científicas
llevadas a cabo hasta la fecha muestran como el cambio climático afecta de
forma más severa a las mujeres a pesar de que, por sus patrones de consumo, han
contribuido en menor medida al aumento de las emisiones de gases de efecto
invernadero [1]. Las mujeres son más propensas a perder la vida durante eventos
climáticos extremos. Las mujeres dependen en mayor medida de la energía
doméstica, ya que dedican más tiempo a tareas de cuidado dentro de sus hogares,
y del acceso al transporte público, debido a los menores niveles de propiedad
de vehículo privado y a sus preferencias por el uso de soluciones más respetuosas
con el medioambiente. Además, las mujeres se encuentran en un mayor riesgo de
pobreza energética y tienen menos opciones para invertir en alternativas bajas
en carbono, como las energías renovables y la eficiencia energética, debido a
sus menores ingresos.
Las mujeres están infrarrepresentadas en
la toma de decisiones
Históricamente las mujeres han
estado infrarrepresentadas tanto en las negociaciones climáticas como en la
toma de decisiones políticas a todos los niveles. En este sentido, hay que
destacar que en la primera Conferencia de las Partes (COP) de la Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) en 1995 entre
las personas delegadas solamente el 18% eran mujeres [2]. Aunque bien es cierto
que se ha avanzado en este ámbito y en la COP25 el porcentaje de mujeres
delegadas ya ascendía al 40%, este avance es insuficiente ya que las mujeres no
llegan a posiciones de liderazgo que les permitan defender sus intereses. De
hecho, ese mismo año el número de mujeres que lideraban delegaciones solamente
ascendía al 27%.
Además, aunque la presencia de
las mujeres en las instituciones es importante, no se traduce directamente en
resultados que favorezcan la inclusión de la perspectiva de género [3]. De
hecho, asumir que una mujer a título individual defenderá los derechos e
intereses estratégicos de las mujeres es un espejismo ya que en ocasiones las
mujeres que entran en las instituciones se ven obligadas a ceder ante las
presiones para encajar en unas reglas del juego que son desfavorables para
ellas. Por eso, y por la falta de apoyo de los partidos u organizaciones a los
que representan, en ocasiones una mayor representación de las mujeres no se
traduce en una transformación de las estructuras de toma de decisiones que
permitan abordar las desigualdades subyacentes que hacen que las mujeres sean más
propensas a experimentar los impactos adversos del cambio climático y de las
políticas para hacerle frente.
Las políticas climáticas mal diseñadas
afectan más a las mujeres
Asimismo, según Markkanen &
Anger-Kraavi [4] los colectivos más expuestos a los impactos negativos del
cambio climático, entre los cuales se encuentran las mujeres, también son los
más vulnerables a los efectos adversos de políticas climáticas mal diseñadas. Y
es que, las políticas climáticas tienen el potencial de
generar beneficios sociales y económicos que pueden reducir la pobreza y
brindar oportunidades para abordar las desigualdades económicas, de salud y de
género [4] y deben diseñarse e implementarse de manera inclusiva para evitar
exacerbar las desigualdades existentes [5-9]. En este sentido, la literatura
existente muestra que las políticas climáticas pueden generar tanto beneficios
colaterales como efectos secundarios adversos de una forma diferenciada entre
hombres y mujeres [10-12]. Por ejemplo, el análisis de la política energética
ha reconocido los riesgos que tienen las mujeres en términos de pobreza
energética, especialmente para los hogares rurales o de bajos ingresos [13-14].
El mainstreaming de género: de necesario
a obligatorio
Tal y como se identifica en la
Agenda 2030, el cambio climático, la transición energética y la igualdad de
género constituyen tres de los grandes retos a los que se enfrenta la sociedad
para avanzar hacia un modelo de desarrollo sostenible. Las numerosas iniciativas
llevadas a cabo a nivel internacional, regional, nacional y local en este
ámbito durante los últimos años son la prueba del gran interés político,
científico y social existente a la hora de plantear respuestas que nos permitan
abordar el cambio climático desde una perspectiva de justicia social e igualdad
de oportunidades.
A nivel internacional, Naciones
Unidas ha jugado un papel fundamental en la inclusión de la dimensión de género
en las políticas ambientales. El primer precedente en incluir la perspectiva de
género en la promoción del desarrollo sostenible fue la Cumbre de la Tierra de
1992 en la que se decidió adoptar una perspectiva de género en todas las
políticas y programas ambientales y de desarrollo. Asimismo, durante la Cuarta
Conferencia sobre la Mujer en Beijín (1995) se identificó el medioambiente como
una de las 12 áreas críticas para las mujeres debido al papel que juegan las
relaciones de género entre hombres y mujeres tanto en el acceso y el control de
los recursos naturales, como en el acceso y uso de los bienes y servicios que
estos brindan.
A nivel europeo también se han
hecho numerosos llamamientos para integrar el principio del mainstreaming o
transversalidad de género en toda la legislación, políticas e instrumentos
relacionados con la acción climática (Resolución del 20 de abril de 2012 del
Parlamento Europeo). Y es que, según el Instituto Europeo para la Igualdad de
Género (EIGE, por sus siglas en inglés), el género es particularmente relevante
en las políticas climáticas, especialmente en el diseño e implementación de
estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático, ya que para no
perpetuar las desigualdades existentes y asegurar una transición justa, estas
deben tener en cuenta diversos aspectos relacionados con el género.
Estas recomendaciones también han
calado a nivel nacional, tal y como se puede observar en el Plan de
Recuperación, Transformación y Resiliencia de España, donde la igualdad de
género junto con la sostenibilidad, constituyen dos de las cuatro líneas directrices
del plan. En él se enfatiza la necesidad de aplicar la transversalidad de
género e igualdad de oportunidades, así como la de incorporar la dimensión de
género e inclusión de otros colectivos vulnerables en los sistemas de recogida
y análisis de información.
Con todo, no cabe duda de que la
acción climática, la transición justa y el mainstreaming de género están muy
presentes en la agenda política. No obstante, si no tenemos en cuenta el género
en las políticas ambientales y climáticas a largo plazo, corremos el riesgo de
perpetuar las desigualdades actuales. Por ello, y si queremos saldar de una vez
por todas la deuda histórica que tenemos con las mujeres y la deuda ecológica
que tenemos con el planeta, es imprescindible seguir avanzando para incluir la
perspectiva de género en las políticas medioambientales.
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